VIVITO Y COLEANDO:
Esta sección está destinada a albergar cosas del sentir y del pensar: mis poesías, ensayos, apuntes, notas, trabajos, etc. Y se intenta renovar periódicamente.
  

Septiembre 2021

 

Ser y estar

 

Dicen que hay unos “pájaros del frío” que se pasan los días de invierno dando vueltas y persiguiéndose unos a otros a ras de suelo. Para no helarse del todo, para conservar la vida, para ser y para estar. Los niños hacen algo parecido cuando entra mucho frío en el patio de la escuela. Forman una especie de pequeñas piñas corriendo de un lado a otro, apoyándose, empujándose o paseándose bien abrazados. A mí me gusta verlos con las narices coloradas, con los pelillos al viento, con las manos muy activas pero sin dejar de jugar, de charlotear y de ir pegaditos. Lo hacen para lo mismo que los pájaros del frío, para ser y para  estar.

 Aunque a veces también lo hacen sin tener frío, simplemente para ser mirados, para decirnos que algo les pasa, para que notemos que están alterados. Y casi siempre lo consiguen, porque en este sistema educativo  de mesas y sillas, de lápiz y papel, hemos ideado una extraña manera de mirar sin ver, de evaluar sin ponernos las gafas y de interpretar que el movimiento siempre es malo y distrae a los niños de sus aprendizajes. De manera que cuando vemos a algún niño inquieto, que tiene dificultades para mantenerse sentado, que todo lo toca, entramos en “modo diagnóstico”, y damos la voz de alarma a los padres, al claustro, y al propio niño. Aunque sólo tenga tres o cuatro años, unos padres nerviosos o viva alguna situación afectiva que le resulte agobiante.  

El camino habitual entonces es enviarlo a los servicios psicopedagógicos, al pediatra, o a los servicios de salud mental infantil. Y ahí empieza un camino de pruebas y cuestionarios, cuya finalidad es demostrar que el niño se levanta de su silla tantas veces por la mañana y tantas por la tarde, que le cuesta hacer las tareas o que no siempre atiende a las consignas que se le dan. Lo raro es que alguien se pregunte: ¿Pero qué será lo que le pasa a este niño que no para de moverse?

 Una vez reunidos los cuestionarios y sumadas las respuestas que recuentan el supuesto descontrol, se dictamina que el niño padece de “hiperactividad” y se aconseja a los padres que le den una medicación que lo ayudará a estar más tranquilo, le permitirá atender en clase y no poner nerviosa a la maestra. Con miras a restablecer la paz familiar y el aprendizaje de sus hijos, los padres suelen aceptar el tratamiento, la medicina tiene tanto prestigio... El fármaco que se les receta es un estimulante, una anfetamina, algo que siempre ha asustado a todo el mundo, pero que ahora está disfrazado de “útil”, ignorándose los efectos secundarios que con toda seguridad tiene.

 Esto pasa con la hiperactividad, la falta de atención y con unas cuantas cosas más. Hace unos días me contaba una vecina, con preocupación, que a su hijo de tres años y medio “lo estaban vigilando para ver si tenía TDA” (Trastorno por déficit de atención). El motivo que les habían dado en la escuela era que se distraía. Les pusieron como ejemplo uno de los “despistes” de Diego. Por lo visto un día, ante la pregunta de su maestra sobre qué cosas le faltaban al coche que le mostraban en una lámina, él primero respondió bien: que le faltaban el volante y las ruedas, pero al pedirle que las dibujara y coloreara, “se distrajo” y lo que pintó fueron las ruedas y el capó. Las dudas de la profesora eran: ¿Será esto una falta de atención problemática? ¿Será que lleva mal hacer lo que se le manda? ¿Le traerá este asunto en el futuro problemas de aprendizaje, de concentración o de obediencia a las consignas?

 Pero quizás se podría mirar de otra manera esta “falta de atención”. Por un lado recordemos la edad del niño, solo tiene tres años. Y es probable que una vez que ha respondido a la pregunta inicial, sienta que ya ha cumplido con la demanda exterior y no considere necesario seguir con la idea de pintar esos elementos que faltan, optando por colorear otra cosa que le resulte más atractiva. Digamos que es comprensible que prefiera pintar lo que ya está dibujado, o lo que en ese instante le atraiga más. Lo cual no quiere decir que haya que aplaudir esto, pero sí comprenderlo y no adjudicarle desatención al hecho, entra en el lote de tener esa edad. Por otro lado pensemos que su reacción es la propia de quien suele colorear lo que ya está dibujado en las fichas o los cuadernillos que se facilitan en la escuela y hasta en casa. Si siempre se les pide a los niños rellenar siluetas ya trazadas, tienden a repetir eso y es raro que se lancen de buen grado a dibujar “lo que falta”.

 Lo que vengo a decir con todo esto es que aunque hemos de ser claros y explicar a los padres cómo van sus hijos en la escuela, no hay que alarmarlos a la primera de cambio. Habría que observar a los niños más detenidamente, en situaciones diversas, esperar un poco, seguir mirando, hacer que otros maestros los miren también, tener en cuenta todos los aspectos de la vida de los niños, conocer sus historias, sus situaciones emocionales y sus características.

 Para transmitir a los padres las dificultades de los hijos no sólo hace falta tener seguridad, también será necesario tener miramiento y comprensión, cuidar el momento y las palabras, acompañarles en su incertidumbre y sus miedos, ya que la angustia que se genera en las familias ante estos “diagnósticos” es grande. Las dificultades de un niño no son algo trivial. Pero los agobios de sus padres tampoco. Seamos cuidadosos.