VIVITO Y
COLEANDO: Esta
sección está destinada a albergar cosas del
sentir y del pensar: mis poesías, ensayos,
apuntes, notas, trabajos, etc. Y se intenta renovar periódicamente.
Enero
2019
¿CON NIÑOS O SIN NIÑOS?
Últimamente se estila abrir
cafeterías, hoteles y restaurantes que venden
ser “espacios sin niños”. Y también hay otros
que ofertan lo contrario, ser “espacios con
niños”. En el primer caso se propone al público
en general pasar el rato relajados y tranquilos
sin alborotos infantiles, y en el segundo lo que
se ofrece es un lugar acondicionado para que los
niños puedan estar jugando atendidos por
personal especializado, mientras los padres
charlan o se entretienen.
De los sitios que NO admiten
niños diré que no me parece natural considerar
la tranquilidad algo que excluya la infancia.
Para mi entra en el orden de las cosas de la
vida. Los bebés unas veces se ríen a carcajadas
y otras lloran, los niños pequeños se mueven,
juegan y fabulan, es lo suyo. También los
adultos tosemos, movemos la silla sin cuidado o
hablamos a toda voz sin pensar en si molestamos
a los que hay alrededor. Y no encuentro lógico
aislar a los miembros más pequeños del grupo
humano al que pertenecemos en aras a una
tranquilidad que tiene más de evasión que de
otra cosa.
Los sitios que SÍ que
admiten niños y se ofrecen a vigilarlos y
distraerlos, creo que lo que quieren es captar
clientes que buscan despreocuparse por un rato
de los chiquillos. Esto en principio, se puede
comprender, aunque plantea algunos
interrogantes: ¿tanto nos saturan nuestros
propios niños? ¿por qué se nos hace tan cuesta
arriba darles unas pautas y pedirles que las
cumplan? ¿qué pretendemos que hagan o dejen de
hacer los niños en estas situaciones? ¿les damos
alternativas? ¿les llevamos cuentos o juguetes
para que jueguen? ¿por qué no logramos
establecer alguna forma de repartirnos la tarea
entre los padres, la familia o los amigos para
que no se nos acumule el cansancio?
Lo que parece claro es que
el denominador común es “descansar” de los
niños, ya sean propios o ajenos. Así no hay que
pedirles que se porten bien, no hay que
enseñarles a respetar a las demás personas, no
hay que mostrarles cómo tienen que comer,
sentarse o comportarse. Y, por supuesto, no hay
que reñirles, recordarles las normas, o
frenarlos si hiciera falta. Con lo cual ni los
padres ni los hijos tienen ocasión de practicar
formas adecuadas de comportamiento, así que
algunas veces se siguen dando por parte de la
chiquillería formas ruidosas que acentúan la
imagen de los niños como seres maleducados o
incívicos. Hace tanto que hemos ido dejando de
intervenir en las cuestiones que antes eran de
calle, de todos, tribales, que nos parece
impensable cambiar eso. Aunque se puede. Educar
es algo complejo y requiere de muchas manos, de
muchas voces.
“Tradicionalmente, donde
había niños había redes sociales. Los niños
invitan a la vida comunitaria. El sostenimiento
de la crianza vuelve necesario el enjambre
familiar. Reunirse en torno del cachorro humano
garantizaba la continuidad de gestos culturales
transmitidos generacionalmente. El encuentro con
los otros facilita de por si la emergencia del
juego, el entretenimiento, la diversión, la
conversación, el fluir de la palabra y la
narración. Es un reto de la vida contemporánea
que esos juegos, esos encuentros, sigan
sosteniéndose en los intercambios humanos,
porque no es sin ellos como los niños pequeños
acceden a un psiquismo sano, a la capacidad de
vincularse”.(Mª. Emilia López. Psicóloga)
Lo que está ocurriendo
ahora, lo más reciente, es que los niños se
entretienen a base de móviles y tabletas,
quedando sin ocupación las personas que iban a
encargarse de su cuidado en los lugares con
niños que nombraba más arriba. Y nos encontramos
con que tanto en esos lugares, como en muchos
otros, las que “cuidan” son las pantallas. Un
cuidado interesado, claro, pero que resulta
cómodo para todo el mundo. Y los niños quedan
atrapados y seducidos por una tecnología que
enseña, distrae, informa, no interrumpe las
conversaciones de los adultos, y deja a los
niños quietos y callados. Eso sí, tomando nota
de lo que anuncia la propaganda, absorbiendo
todo lo que está de moda, convenga o no,
recibiendo casi en exclusiva los mensajes del
mundo del placer que refuerzan su momento
narcisista, y además, sin cortapisas, críticas,
ni censuras por parte de ningún adulto
acompañante.
Por eso me ha gustado tanto
que Julio, mi profesor de salsa cubana, les
propusiera hoy a una pareja de ingleses que
vienen a bailar que se trajeran a su nieta de
cuatro años a clase en lugar de ausentarse ellos
para ocuparse de la niña. “-¡No, no falten
ustedes!, mejor que venga la niña, que baile y
que los vea bailar. Lo pasaremos muy bien”, les
ha dicho con toda naturalidad. Ellos han puesto
cara de extrañeza, pero se han alegrado. Y yo he
estado completamente de acuerdo.
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